miércoles, 10 de abril de 2013

H7N9: la gripe de Shanghái

La nomenclatura de los virus de la gripe ha constituido hasta ahora un verdadero engorro para científicos, periodistas y lectores. Todos hemos añorado durante los últimos años el salero y desaliño con que los antiguos bautizaban estas epidemias, desde la ‘gripe española’ de 1918 hasta la peste aviar de 1998 pasando por la pandemia de Hong Kong, la neumonía asiática y otras denominaciones enigmáticas y exóticas. Luego vinieron las haches y las enes –H1N1, H3N2, H5N1— que nos sumieron a todos en la perplejidad alfanumérica. Y nos acaba de caer encima lo que en otros tiempos se habría llamado el ‘brote de Shanghai’ pero ahora responde por H7N9, así que ánimo, lectores.
Desde que China reconoció a principios de este mes las primeras dos muertes por un nuevo tipo de gripe aviar, la cifra de víctimas humanas ha ido goteando hasta seis (ver artículo adjunto). Si se tiene en cuenta que la gripe convencional –esa que nos fastidia una semana cada temporada invernal— mata a medio millón de personas cada año, las estadísticas del H7N9 pueden parecer intrascendentes. Pero a los epidemiólogos les pone los pelos de punta cualquier nuevo virus de la gripe que ataque a las personas. Tienen razones científicas muy sólidas para ello, aunque rara vez cuenten con la comprensión del público y, sobre todo, de los directores generales de ganadería y de salud pública.
La sola identificación de una paloma positiva para el virus H7N9 –por primera vez en un animal vivo— condujo ayer al sacrificio preventivo de varios miles de aves en los mercados de Shanghai, la segunda ciudad más populosa del mundo. Como en Pekín y en Hong Kong, los deslumbrantes rascacielos de acero y cristal de Shanghai que suelen aparecer en las páginas salmón de la prensa coexisten con unos mercados medievales de animales vivos que, desde hace tiempo, preocupan a los virólogos y epidemiólogos de todos los países.
Los intercambios de agentes infecciosos y cócteles de genes virales que ocurren en esos espacios son los principales sospechosos de cocinar las epidemias emergentes que de cuando en cuando sacuden el planeta. Virus de origen aviar a los que las personas no han estado nunca expuestas, y contra los que el sistema inmune humano está virgen y vulnerable como un colegial que sufre su primera novatada en el instituto. No es extraño que el Gobierno chino haya puesto a todos los hospitales de Shanghai y las provincias vecinas en alerta máxima.
La claridad y transparencia con que la Comisión Nacional de Salud de la gran potencia asiática está reaccionando a la presente crisis contrasta –o más bien se da de patadas— con la tradición opaca e irracional que ha sido la marca de Pekín durante las últimas dos décadas, y que le procuró la condena unánime de la comunidad científica internacional.

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